Murgueros, murgueras, mascotas, padres y “colados” bajaron del colectivo con el mismo entusiasmo con el que subieron, aunque un poco más despeinados y aturdidos por el viaje. En la plaza chicos y chicas de todas las edades se refugiaban del sol bajo la sombra de los árboles, sentados en rondas, tocando la guitarra, algunos con bombos, practicando pasos de murga y haciendo “la previa” para marchar, pocas horas después, por el Feriado de Carnaval.
Stones, hippies, y personajes de todas las tribus urbanas se igualaban amparados bajo los colores de su murga. Algunos comenzaban el ritual de preparación, pintando sus caras con colores y brillos, calzándose lentamente el pantalón, las zapatillas blancas de lona y la camisa, también blanca, preparados con dedicación, como en cada actuación. El humo de una parrilla de choripanes cubría los puestos de artesanías ubicados en el centro del parque y tentaba los estómagos ansiosos y revueltos, envolviéndolos en una nube gris en la que resplandecían como pequeños rayos de sol, las lentejuelas en los trajes de los murgueros.
Las “levitas”, banderas, estandartes y bombos inundaron el lugar de repente, llenándolo de todos los colores imaginados. El entusiasmo por desfilar hacia la Casa de Gobierno (ubicada a tres cuadras del lugar) crecía a cada instante, a la par del tumulto. El latir de 50 bombos sonando al mismo tiempo y con más fuerza sumaba una gota a la ansiedad de los murgueros, que rebalsaban por comenzar la gran actuación colectiva de ese sábado 8 de diciembre.
Cerca de las 5 de la tarde arrancó la puesta en escena. El primer bloque con cuatro murgas diferentes, encabezado por sus estandartes (símbolos distintivos de cada grupo) inició la marcha por la Avenida 44, deslumbrando a los espectadores ubicados en el cordón de la vereda. Las levitas, o trajes de pingüinos, cegaban la vista por el brillo que destellaban los parches de colores, cosidos por cada murguero con mostacillas y lentejuelas, reflejando los motivos que les eran más representativos: lenguas de los Rollings, escudos futboleros, nombres, frases y adornos son hechos con esmero, paciencia y dedicación, para engalanar el traje en una fiesta como aquella.
La Venganza de los Pobres desfiló en el segundo bloque murguero; las galeras con peluche, espejos, piedras luminosas, plumas y cintas, se meneaban en la cabeza de los bailarines, sujetas para salvarse de la caída después de una patada o “tres saltos”.
Los desfiles murgueros son una parodia a las columnas militares; las ubicaciones, la vestimenta, la fila y la marcha al ritmo de un bombo se burlan críticamente, sin ninguna búsqueda de agresión al otro, pretendiendo siempre un espíritu de renovación y de alegría.
En época de procesos militares, el feriado de carnaval fue borrado de los calendarios y de las mentes de las personas, argumentando que en “tiempos de crisis” no había nada que festejar. Casi tres generaciones de murgueros se reunieron en la ciudad de La Plata para reclamar juntos, con alegría y elegancia, la restitución de aquellas fechas jubilosas, cuando el barrio salía a la calle, la llenaba de colores, reclamaba igualdad, desahogaba tristezas y compartía esperanzas.
Tatiana Fontana