Murgueros, murgueras, mascotas, padres y “colados” bajaron del colectivo con el mismo entusiasmo con el que subieron, aunque un poco más despeinados y aturdidos por el viaje. En la plaza chicos y chicas de todas las edades se refugiaban del sol bajo la sombra de los árboles, sentados en rondas, tocando la guitarra, algunos con bombos, practicando pasos de murga y haciendo “la previa” para marchar, pocas horas después, por el Feriado de Carnaval.

Las “levitas”, banderas, estandartes y bombos inundaron el lugar de repente, llenándolo de todos los colores imaginados. El entusiasmo por desfilar hacia la Casa de Gobierno (ubicada a tres cuadras del lugar) crecía a cada instante, a la par del tumulto. El latir de 50 bombos sonando al mismo tiempo y con más fuerza sumaba una gota a la ansiedad de los murgueros, que rebalsaban por comenzar la gran actuación colectiva de ese sábado 8 de diciembre.

La Venganza de los Pobres desfiló en el segundo bloque murguero; las galeras con peluche, espejos, piedras luminosas, plumas y cintas, se meneaban en la cabeza de los bailarines, sujetas para salvarse de la caída después de una patada o “tres saltos”.
Los desfiles murgueros son una parodia a las columnas militares; las ubicaciones, la vestimenta, la fila y la marcha al ritmo de un bombo se burlan críticamente, sin ninguna búsqueda de agresión al otro, pretendiendo siempre un espíritu de renovación y de alegría.
En época de procesos militares, el feriado de carnaval fue borrado de los calendarios y de las mentes de las personas, argumentando que en “tiempos de crisis” no había nada que festejar. Casi tres generaciones de murgueros se reunieron en la ciudad de La Plata para reclamar juntos, con alegría y elegancia, la restitución de aquellas fechas jubilosas, cuando el barrio salía a la calle, la llenaba de colores, reclamaba igualdad, desahogaba tristezas y compartía esperanzas.
Tatiana Fontana
No hay comentarios:
Publicar un comentario